domingo, 30 de enero de 2011

Memorias de una Dama


Conocí a Diana Minetti en su residencia de la avenida Roosevelt, a pocos metros de los Campos Elíseos. Vivía entre las galerías de arte más exclusivas,
cerca del palacio presidencial, y desde la terraza de su dúplex se dominaba toda la ciudad, de Montmartre a La Défense. La servidumbre de su casa bastaba para atender un ministerio: un ama de llaves irlandesa, una mucama portuguesa, un
mayordomo marroquí y un chef francés, igual que la secretaria. Entré en la casa por la puerta de servicio y atravesé una ajetreada cocina en la que parecía
prepararse un lanzamiento espacial. Luego recorrí un largo pasillo de espejos y desemboqué en el salón, donde el mayordomo me indicó que me sentase. Del altísimo techo colgaba una araña de cristal sobre varios sillones Voltaire y tapices del siglo XIX. Afuera, en un largo balcón, la torre Eiffel se regalaba a la vista. Un café con leche se materializó ante mí como por arte de magia. Sobre la mesita del salón descansaba una pitillera de plata rebosante de Marlboros light. Robé uno y me senté a esperar.

sábado, 22 de enero de 2011

El peso de las palabras

El peso de las palabras

Las palabras son pesadas. Por eso el hombre no puede volar; por eso dentro del agua se maneja, pero siempre está en peligro; por eso siempre está a punto de caer incluso teniendo los pies en el suelo.
Las palabras son pesadas y al pronunciarlas sumamos lastre. Nos vamos narrando a nosotros mismos. Eso significa que sabemos algo más. Y saber, conocer la verdad (aunque sea impostada) es difícil de soportar.
Es la consciencia de ser y nuestra capacidad de reflexión la que nos distingue de cualquier otra criatura. Es la traducción a lo que llamamos lenguaje lo que nos hace pegarnos al piso. Y lo que nos impide ser libres para ocupar el espacio de los que viven sin preocuparse de lo que son. Dichoso el árbol porque es apenas sensitivo. Ni siquiera espera su muerte.

Eterno Julio.

Eterno Julio.

Teoría del cangrejo.
Habían levantado la casa en el límite de la selva, orientada al sur para evitar que la humedad de los vientos de marzo se sumara al calor que apenas mitigaba la sombra de los árboles.
Cuando Winnie llegaba
Dejó el párrafo en suspenso, apartó la máquina de escribir y encendió la pipa. Winnie. El problema, como siempre, era Winnie. Apenas se ocupaba de ella la fluidez se coagulaba en una especie de
Suspirando, borró en una especie de, porque detestaba las facilidades del idioma, y pensó que ya no podría seguir trabajando hasta después de cenar; pronto llegarían los niños de la escuela y habría que ocuparse de los baños, de prepararles la comida y ayudarlos en sus
¿Por qué en mitad de una enumeración tan sencilla había como un agujero, una imposibilidad de seguir? Le resultaba incomprensible, puesto que había escrito pasajes mucho más arduos que se armaban sin ningún esfuerzo, como si de alguna manera estuvieran ya preparados para incidir en el lenguaje. Por supuesto, en esos casos lo mejor era
Tirando el lápiz, se dijo todo se volvía demasiado abstracto; los por supuesto los en esos casos, la vieja tendencia a huir de situaciones definidas. Tenía la impresión de alejarse cada vez más de las fuentes, de organizar puzzles de palabras que a su vez
Cerró bruscamente el cuaderno y salió a la veranda.
Imposible dejar esa palabra, veranda.
de Papeles inesperados, Julio Cortázar.